Yo no soy más que un joven de a pié. Soy cristiano, y quizás eso me haga un poco distinto a los jóvenes normales de hoy en día, pero por lo demás me considero un chico normal y corriente. Por eso espero que, con lo que voy a contar ahora, alguien se pueda sentir identificado, o por lo menos que los que estén leyendo esto se hagan una idea de lo que se le pasó por la cabeza a un joven de 19 años a lo largo de un domingo muy especial.
Si digo que es un domingo muy especial es por lo que viví. Ese día experimenté por la mañana una serie de cosas que no me dejaron buen cuerpo, me causaron cierta tristeza y me recordaron que el mundo no es todo de color de rosa. Después, a lo largo del domingo viví otra realidad completamente distinta que me hizo ver que la vida tampoco es tan oscura y deprimente como puede parecer en algunos momentos, y reconozco que al final de ese día me quedé con un muy buen sabor de boca, como con ganas de vivir el cristianismo, con alegría.
Por la mañana pasé por el metro de Madrid y estuve allí más o menos de ocho y media a nueve. Lo primero que me causó un poco de incomodidad esa mañana fue una pantalla unida a un sistema de altavoces que hay en el metro, por el que informan, a todo el que pasa por ahí, de todas las tragedias que han sucedido esa noche o a lo largo de la semana, todo eran noticias negativas: muertes, robos, abusos, peleas callejeras… todo negativo, y claro, si a una persona que se acaba de despertar y coge el metro para ir a trabajar, o a lo que sea, le bombardeas con un montón de malas noticias lo que estás haciendo es que empiece mal su día, es normal, empiezas a teñir su visión y tras ese tinte verá las cosas del resto del día, pero como digo, es normal, como ciudadanos nos involucramos en lo que sucede a nuestro alrededor y en el resto del país, pero si solo dejamos que la gente se involucre en las cosas malas, acabamos todos deprimidos. Es bueno recordar que también pasan cosas buenas. La verdad, mientras esperaba el metro intenté no escuchar las noticias y me puse a rezar el rosario.
Llegó el metro y entonces seguí viendo más cosas de esas que te hacen pensar: vi a un hombre sentado en frente de mí en un estado, por lo menos, curioso: no se mantenía despierto ni de pie, daba la sensación de que llevaba dos días enteros sin dormir, porque se quedaba dormido a lo largo de dos asientos y se le caía la cabeza, estaba haciendo unos movimientos muy bruscos, como para despertar a cualquiera, pero él inconscientemente bajaba y levantaba la cabeza sin enterarse de nada, pero no solo eso, también se le caía el brazo con el que intentaba sostenerse la cabeza, pero él lo volvía a colocar y se le volvía a caer sin ni siquiera despertarse. Digo que eso te da que pensar porque, sinceramente, a mi no me dio la impresión de que hubiera pasado una buena noche, ni una buena noche ni una buena semana. El siguiente misterio del rosario lo recé por él.
Poco después me fijé en una chica joven que estaba a mi derecha, estaba llorando y se secaba las lágrimas con un clínex. Fue como otro golpecito, otra cosa que te hace pensar ¿Cómo ha llegado esa chica a estar a las ocho y media de la mañana en el metro de Madrid y llorando? Pero el caso es que poco más tarde, cuando ya solo faltaban un par de paradas para llegar a mi estación, vi fuera del vagón otra chica joven, de unos 22 años, que también lloraba, estaba claro que había estado de fiesta por la noche, estaba bien maquillada, llevaba una minifalda y era bastante guapa, pero lloraba. Dos chicas jóvenes que se podría decir que son afortunadas porque son guapas y seguramente han tenido mucho éxito esa noche, y sin embargo estaban tristes, aunque una cosas es estar triste y otra llorar, muchas veces estamos tristes y nos aguantamos las lágrimas, pero cuando ya no podemos aguantarlas y lloramos es porque estamos MUY tristes, no simplemente entristecidos.
Todos buscamos la felicidad, es decir, no encontrarás a nadie por la calle que te diga “Yo quiero ser un infeliz y estar triste toda mi vida”. No, nadie quiere eso, todos queremos estar bien, y seguramente cualquier persona que hubiera visto a estas chicas el sábado a las once de la noche hubiera pensado: “¡Qué suerte la suya! Lo tiene todo, ojalá yo tuviera algo de lo que tiene ella” Es cierto, esa noche iban a triunfar. Seguramente iban a conseguir lo que querían. Y diez horas más tarde no podían ocultar su sufrimiento. Es curioso, porque no había mucha gente en el metro, y de la poca que había, aún menos que encajen con ese perfil, de todas las chicas jóvenes que puedes ver en el metro yo fui a ver dos que estaban mal, como se suele oír a veces por ahí: “¿Casualidad? No lo creo”. Sinceramente, no creo que sea casualidad, el mundo nocturno hace mucho daño y consigue hacer que la gente sufra y eso es porque, por lo general, la gente que está de fiesta un sábado por la noche no está pensando en los demás, sino todo lo contrario, piensan en satisfacerse a sí mismos. En un mundo donde la mayoría de gente está pensando en conseguir algo para sí mismo lo normal es que mucha gente acabe llorando: son las víctimas de la noche, las víctimas de la fiesta, las víctimas del alcohol y las víctimas del sexo, las víctimas son aquellos que buscan estas falsas felicidades. Lo que sucede no es solo que no siempre consigamos lo que queremos, sino que muchas veces no queremos lo que debemos. Eso explica que en toda fiesta que se precie de ser una fiesta siempre acabe alguien llorando o cabreado. Como he dicho antes todos queremos estar bien, y cuando un joven va a una discoteca lo hace porque piensa que ahí va a estar bien, de hecho seguramente se reirá bastante, pero luego viene lo malo, debe devolver el préstamo, le han prestado una diversión durante unas horas que luego tiene que devolver a base de dolor de cabeza y malestar.
Pero como he dicho al principio, no todo es tan malo como parece a veces; se me pasaba todo esto por la cabeza cuando salía del metro, y durante el resto del día vería la otra cara de la moneda. Resumiendo bastante: durante ese día vi a dos monjas, las dos de clausura y en dos conventos distintos, fui con uno de mis tíos a visitarlas. Y estas monjas también me dieron qué pensar, y al igual que las otras dos, solo me hizo falta ver sus caras para que mi cabecita empezara a dar vueltas. Es verdad que con las religiosas estuvimos un rato hablando, por la mañana con una y por la tarde con la otra, pero, en realidad, no hace falta más que ver sus caras para flipar, y digo flipar porque son personas que se han encerrado en un convento y ves en sus caras que están alegres. Luego puedes cometer el error de hablar con ellas y entonces es cuando verificas que sí, que realmente es gente que está feliz, y ¿Cómo van a estar felices siguiendo una norma de vida llamada “ora et labora”? es decir, reza y trabaja, ¿Se puede ser feliz a base de rezar y trabajar? Estas dos monjas me han demostrado que sí. ¿Se encuentra la felicidad saliendo a beber y a bailar por la noche? Personalmente nunca me ha pasado que, viendo la cara de una persona que acaba de salir de una discoteca, envidie a esa persona, como mucho su rostro te dice que se lo ha pasado bien ese rato, pero está claro que eso no dura demasiado tiempo. En cambio, lo que esas dos monjas te inspiran es una mezcla entre admiración y envidia; no puedes evitar pensar ¿Realmente esto es posible? ¿Esta felicidad? Las dos monjas eran jóvenes, una estaría cerca de los treinta años y la otra tenía 21. Este es el gran contraste que me hizo pensar, porque son chicas físicamente hablando muy parecidas, solo que unas se ponen minifalda y las otras hábito, unas estaban llorando y las otras no pararon de sonreír en todo el rato que estuvimos con ellas. ¿Qué tienen unas que no tienen las otras? ¿Qué tienen las monjas en el convento que no tengamos los jóvenes en la discoteca? Es por lo menos para pensarlo. Yo no digo que para ser feliz haya que meterse en un convento, ni tampoco que todo el que entra en una discoteca tenga un inmenso sufrimiento dentro, pero por lo menos hay que pararse a pensar y a observar: ¿Qué es lo que busco y dónde lo busco? Si realmente quiero ser feliz: ¿Dónde está esa gente que es realmente feliz y donde ha encontrado la felicidad?
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, yo creo que mil palabras son muchas palabras, y si están bien escogidas se pueden hacer auténticas obras de arte, pero la imagen que tengo yo en mente de las chicas del metro y las chicas del convento es única, y creo que no se puede expresar con palabras lo que me supuso a mi ver esa diferencia en un mismo día. Al volver en el coche por la noche yo comentaba con mi tío: “esto tiene que conocerlo la gente”. Yo intento animaros a todos los cristianos, y especialmente a los jóvenes que conozcáis la iglesia, que si realmente os consideráis parte de ella entonces conocedla, porque hay muchas cosas de la iglesia que no conocemos, incluso nosotros, los cristianos, solo nos enteramos de los fallos y cosas malas de la iglesia, que es lo que sale en los medios de comunicación, pero hay cientos de cosas buenas que no tenemos ni idea de que existen, y me refiero por ejemplo a la vida de una monja que vive toda su vida por Dios, y esto, dicho en palabras, pierde mucho, pero cuando te topas con una persona como ella de frente desaparece del todo la indiferencia. También aprovecho para animar a los que no creen para que conozcan la iglesia, porque es difícil hacerse una idea fiel de lo que es la iglesia en la actualidad en que vivimos, donde lo que se oye son solo los hachazos que recibe.
Ser católico no es como ser alto, simpático o inteligente, ser católico es, entre otras cosas, un compromiso con Aquél al que sigues y Aquel en el que crees. Además, ser católico y joven ES posible, si alguno cree que para ser católico tiene que olvidarse de su juventud y de pasárselo bien que sepa que está equivocado, ser católico es compatible con la juventud y con la diversión.
0 comentarios:
Publicar un comentario