Dios en Berkeley

DIOS EN BERKELEY
Introducción, selección de textos y traducción por:
José Luis Fernández-Rodríguez
(Anuario Filosófico Nº 79)
Reseña:

Lo que pretende Fernández-Rodríguez en esta recopilación de textos de Berkeley, con su previo comentario, es exponer los argumentos a través de los cuales el empirista George Berkeley intenta demostrar la existencia de Dios. Se trata de un autor en el que casi todo ámbito de pensamiento va a tener que pasar por un “filtro”, si se puede llamar así, que es el de la gnoseología. En Berkeley la teoría del conocimiento es fundamental y eso se puede percibir por ejemplo en su teodicea, en su filosofía acerca de Dios.
En este caso no se trata tanto de hablar acerca de cómo es Dios, sino más bien de su existencia, o más precisamente, de nuestro conocimiento acerca de la existencia de Dios. Y es por ello por lo que resulta hablar de “Dios en Berkeley” sin hablar de la teoría del conocimiento de Berkeley, o lo que es lo mismo, de las ideas en Berkeley.
Las ideas y  su pasividad
“Una idea no puede existir sin ser percibida”[1], esto significa lo mismo que decir que “la existencia de una idea consiste en ser percibida”[2]. La idea no se puede separar de la percepción, sencilla y únicamente porque lo que percibimos son ideas, y sólo ideas; las ideas son lo que percibimos directamente por los sentidos y lo que percibimos por los sentidos son ideas, se da una relación de igualdad sin excepciones. Por ello Berkeley define las ideas como “objeto inmediato de los sentidos”. Tanto Malebranche como Hume comparten este punto de vista. El francés afirma que “todas las cosas que vemos inmediatamente son tal como las vemos”[3], mientras que el inglés lo dice con otras palabras: “como todas las acciones y sensaciones de la mente nos son conocidas por conciencia, tendrán que aparecer necesariamente y en todo respecto tal como son, y ser como aparecen”[4]. Se trata simplemente de la base gnoseológica del empirismo, pero fundamental si queremos entender el pensamiento de George Berkeley acerca de Dios.
El mundo es así: hay espíritus activos que piensan, obran, entienden, generan... y por otro lado hay ideas, que son completamente pasivas y que son comprendidas. Los espíritus las generan y las poseen. En los principios del conocimiento humano nuestro autor afirma que nuestras ideas son “claramente inactivas, no hay ningún poder o actividad incluido en ellas”[5]. Y entre los espíritus se pueden distinguir los espíritus finitos del espíritu infinito, o Dios. El espíritu infinito genera ideas y las pone ante los espíritus finitos, que sencillamente las reciben (aunque ellos también son capaces de generar ideas). Así es como conocemos, en esto consiste nuestro conocimiento sensible. ¿Qué se desprende de todo eso? Que no hay objetos exteriores. La existencia de los objetos consiste en ser percibidos. No percepción, no objeto. Es tan sencillo como desconcertante.
Básicamente lo que defiende Berkeley es que no existe la materia, se trata de un supuesto erróneo de los filósofos, pero la materia ni se percibe sensiblemente ni se deduce racionalmente. Suprimir la materia es para este filósofo el modo más efectivo de luchar contra el escepticismo, pues creer que hay objetos independientes de la mente supone la ignorancia acerca de si nuestro conocimiento es fiable o no. Si hay objetos exteriores ¿cómo sabemos que los conocemos fielmente? Como dice Fernández-Rodríguez “Por eso, para salvarnos del escepticismo no nos queda más que un camino, a saber, negar la distinción entre ideas y cosas, afirmando que las cosas son ideas, es decir, aceptando el esse est percipi[6]. Por tanto, si no hay sustancia material, la única causa de las ideas, como ya se ha dicho, debe ser un espíritu, pues la sustancia espiritual es, en realidad, la única que hay.
Los argumentos para demostrar la existencia de Dios
Lo que el autor de este anuario filosófico expone es que hay tres argumentos usados por Berkeley para demostrar que Dios existe. Lo primero a aclarar es que nuestro autor piensa que no se conoce a Dios porque se tenga una idea de Él, esto sería contradictorio pues las ideas son pasivas y Dios es un espíritu y por tanto es completamente activo. ¿Cómo sé algo, entonces, sobre la existencia de Dios? En el diálogo que mantienen Hilas y Filonús el primero le cuestiona al segundo este problema. Si no puedo tener idea alguna de Dios ¿Cómo es posible que sepa nada acerca de Él? Filonús (Berkeley) responde que averigua la existencia de Dios por una deducción racional a partir de lo que sabe de su propio espíritu o alma. Lo explica muy bien el propio Berkeley: “toda la noción que tengo de Dios la obtengo reflexionando sobre mi propia alma, potenciando sus facultades y suprimiendo sus imperfecciones. Tengo pues, en mí mismo, aunque no una idea inactiva, sino una especie de imagen pensante y activa de la divinidad. Y aunque no la percibo por los sentidos, tengo, ciertamente, una noción de ella o la conozco mediante la reflexión o el razonamiento”[7].
Teniendo esto en cuenta, sus argumentos resultan relativamente sencillos; son los siguientes: el argumento de la continuidad, el del lenguaje visual y el del movimiento. Los cuales se pueden ver expuestos por el mismo Berkeley en Los tres diálogos entre Hilas y Filonús, el Alcifrón y Sobre el movimiento, respectivamente.
El argumento de la continuidad: Si las ideas sólo existen en cuanto a que son percibidas ¿Qué sucede cuando no son percibidas? Que dejan de existir. “En cuanto cierre yo los ojos, dice Berkeley, todos los muebles de esta habitación se reducirán a nada”[8]. Pero los objetos no pueden crearse y generarse a cada instante, luego tienen que ser continuamente percibidos por algún espíritu. Con cualquier espíritu finito podría pasar que dejase de percibirlos y dejarían de existir, luego hay un espíritu infinito que percibe continuamente todos los objetos, de esta forma cuando cualquiera de nosotros deja de percibir un objeto, éste no se ve “reducido a nada”, pues Dios lo está percibiendo y por tanto continua existiendo.
El argumento del lenguaje visual: Lo explica Berkeley por medio de un diálogo entre Eufránor y Alcifrón: Éstos llegan a la conclusión de que no tenemos mayor seguridad de que alguien existe que cuando nos habla. El hecho de que alguien nos hable significa necesariamente que existe y que es un espíritu y no una simple idea. Pues bien, la teoría de Berkeley es que Dios nos habla directamente por medio del mundo, de la naturaleza, que usa un lenguaje visual que funciona del mismo modo que nuestro lenguaje hablado, y por ello podemos estar seguros de que Dios existe. Igual que nosotros significamos cosas con una relación arbitraria con las palabras, Dios hace lo mismo y se manifiesta a los hombres “por la mediación sensible de signos arbitrarios”. Dios existe porque nos habla.
El argumento del movimiento: No vemos que ninguna cualidad de los cuerpos sea activa, sino que más bien todas son pasivas y ninguna puede entenderse como fuente o causa del movimiento. Luego la causa del movimiento debe ser el espíritu. Esto lo comprobamos con nosotros mismos: mi espíritu es la causa del movimiento de mi brazo. ¿Pero qué sucede con las grandes masas del universo? ¿Cómo se mueven? Por analogía deducimos que es un espíritu mucho más poderoso: el espíritu infinito. Dios es la causa del movimiento de la naturaleza del mismo modo que yo lo soy del movimiento de mi cuerpo.
Conclusiones y comentario personal
 Podríamos resumir el pensamiento de Berkeley de la siguiente manera: de Dios no podemos tener ninguna idea porque esto sería contradictorio, sin embargo podemos deducir su existencia racionalmente reflexionando sobre nosotros mismos. Para combatir con el escepticismo es fundamental negar la sustancia material, quedando únicamente la espiritual. Teniendo esto en cuenta, la existencia de Dios es prácticamente evidente, ya que es causa del movimiento, porque nos habla “visualmente” y porque es quien percibe continuamente las ideas de modo que no tengan una existencia intermitente.
Yo diría a Berkeley que el “usa” a Dios, si puede decirse así, para tapar los huecos de su teoría del conocimiento. Él niega la sustancia material no porque lo deduzca o porque tras una investigación le parezca lo más verdadero, sino que lo hace para poder luchar contra el escepticismo. La identidad entre cosas e ideas no es algo averiguado o razonado, sino que es un presupuesto para negar la base teórica de los escépticos, pero a mí me parece que ésta no es la forma de hacer filosofía, de descubrir y conocer la verdad. Me parece que el argumento de la continuidad se podría formular de una forma diferente a como él lo hace: “me viene bien que haya un Espíritu infinito para dar continuidad a las ideas” porque, realmente, del hecho de que las ideas solo existan cuando son percibidas no se sigue necesariamente que exista un Espíritu infinito.


[1] Comentarios filosóficos, 377; Works, I, 44.
[2] Ibid. 472; Works, I, 59
[3] Malebranche. De la recherche de la vérité, I, XIV, 2
[4] Hume. Treatise of human nature, I, IV, 2. Editado por Selby.Bidge, Clarendon Press, Oxford, 1967, p. 190.
[5] Berkeley. Principios del conocimiento humano. I, 25; Works, II, 51
[6] Fernández-Rodríguez. Cuadernos de anuario filosófico Nº 79 (Dios en Berkeley) p. 18
[7] Ibíd., p.84
[8] . Principios del conocimiento humano. I, 45; Works, II, 59.