Dios en Descartes

DIOS EN DESCARTES
Introducción, selección de textos, traducción y notas de:
José Luis Fernández Rodríguez
(Anuario Filosófico Nª 22)
Reseña:

En este número del anuario filosófico, José Luis Fernández Rodríguez expone la teoría cartesiana acerca de la existencia de Dios, y de cómo nosotros la conocemos, o más bien, de cómo es evidente para nosotros. Se exponen en este texto dos argumentos que demuestran, o pretenden demostrar, la existencia de Dios. La primera es la prueba por la presencia de su idea en mí, la cual continúa explicando y aclarando con la prueba por el yo que tiene la idea de Dios, pero como el mismo Descartes dice, esta prueba la expone, “no tanto para aducir una razón diferente de la precedente cuanto para explicarla con más exactitud”[1]. La segunda prueba sería la famosa prueba ontológica, expuesta siglos antes por San Anselmo y aceptada, retocada y explicada por muchos de los grandes filósofos, entre ellos René Descartes.
Este Anuario Filosófico se constituye de, en primer lugar, una introducción del autor en el que explica la teoría cartesiana acerca de la existencia de Dios, atendiendo a las pruebas ya nombradas. Para, en un segundo lugar, exponer los textos del mismo filósofo francés en los que se puede encontrar su pensamiento acerca del tema que nos ocupa.
Cómo aparece Dios en la filosofía
Lo que importa a un moderno es, sobre todo, el conocimiento. Descartes va hacia Dios desde el conocimiento: dudo de todo, pero “he ahí la primera verdad que resiste a toda duda: cógito, ergo sum”[2]. Ese es el primer punto, no puedo dudar de que esté pensando. Y si ese es el primer punto, el segundo sería que se puede establecer “como regla general que todas las cosas que percibimos con entera claridad y distinción son verdaderas”[3]. El único problema que se nos pondría delante es que existiese un Dios engañador, de forma que si así fuera no podríamos fiarnos en absoluto de nuestro conocimiento; rápidamente rechazará esa teoría del Dios engañador, pero en cualquier caso, y como explica el autor de este cuaderno “Dios no aparece, pues, en la filosofía cartesiana porque interese por sí mismo, sino porque resulta imprescindible para asegurar el conocimiento”[4].
Pero en cualquier caso resulta de suma importancia examinar si existe Dios, y si Descartes quiere dar solidez a su gnoseología es primordial demostrar que sí, que realmente existe. De esta forma comienza con su primera prueba:
Prueba por la presencia de su idea en mí
Partimos de que la idea de Dios en nosotros es innata. Y sabiendo esto, la prueba que ahora examinamos se podría enunciar, con palabras del mismo Descartes, de la siguiente forma: “La existencia de Dios se demuestra por sus efectos, simplemente porque su idea está en nosotros. La realidad objetiva de nuestras ideas requiere una causa que contenga esa misma realidad, no sólo objetivamente, sino también formal o eminentemente. Ahora bien, tenemos en nosotros la idea de Dios y la realidad objetiva de dicha idea no está contenida en nosotros, ni formal ni eminentemente y no puede estar contenida en ningún otro lugar que Dios mismo. Por consiguiente, esta idea de Dios que está en nosotros postula a Dios como causa suya y por consiguiente Dios existe”[5].
Empecemos, para explicar este enunciado, por el principio de causalidad: el efecto no puede tener, en ningún caso, más realidad que la causa. Si A es causa de B, en B no puede haber más realidad que en A, pues B lo saca todo de A y si B tuviese algo que no está en A significaría que eso ha sido causado por la nada, lo cual es imposible. Nada “puede tener como causa de su existencia la nada”; todo lo contrario: “en la causa eficiente y total debe haber, por lo menos, tanta realidad como en su efecto pues ¿de dónde puede sacar el efecto su realidad sino de su causa?”[6].
Este principio de causalidad debe aplicarse también a las ideas, pues todas tienen una causa, y por tanto en la causa de las ideas debe haber tanta o más realidad que en las ideas mismas. Una idea puede ser imperfecta, puede ser una “copia defectuosa” de aquella realidad que representa, pero lo contrario es imposible; una idea nunca podría ser superior a aquello que es fuente de su existencia, y de la que saca toda su realidad. No hay excepción posible, ni siquiera la idea de Dios (o sustancia infinita). La causa de la idea de Dios tiene que tener tanta o más realidad como la idea de Dios misma y lo que contiene. Un ser finito e imperfecto no puede tener en sí la causa de la idea de sustancia infinita. En cuanto a sustancia sí, pero no en cuanto a infinito, pues entonces sucedería que el efecto es más perfecto que la causa, lo cual es imposible. Por ello la idea de Dios o sustancia infinita me la ha tenido que poner alguien que sea realmente infinito. Yo no puedo ser la causa de la idea de Dios.[7] Evidentemente, esto significaría que Dios existe, y en esto consiste su prueba.
Ante esto último yo le diría que Dios es perfecto, pero la idea de Dios no tiene porqué serlo, y, por ello, yo sí podría ser la causa de la idea de sustancia infinita. El infinito es infinito, pero la idea de infinito no es infinita, de la misma forma que el agua moja pero su idea no, el pan alimenta pero su idea no. ¿A caso no podemos tener una idea imperfecta acerca de lo perfecto?
Ya otros le objetaron en su tiempo que la idea de Dios es un ente de razón y por tanto sí la podríamos generar nosotros mismos; Descartes responde, como dice Fernández Rodríguez, que “lo que contiene la idea de Dios requiere una causa en la que esté realmente contenido todo lo que está en la idea sólo representativamente”[8]. Pero esto significaría, en realidad, que en nuestra idea está contenido el infinito. Descartes intenta explicarse hablando de la realidad objetiva de la idea, pero creo que todo esto es mucho más sencillo que eso. Para poder decir que Dios es la causa de nuestra idea de Dios según el principio de causalidad (la causa no tiene menos perfección que el efecto), habría que afirmar que en nuestra idea no hay una representación del infinito, sino el infinito mismo, lo cual convertiría nuestra idea de Dios en infinita, y puesto que, de alguna forma, esa idea la poseemos nosotros, necesariamente nuestro espíritu tendría que ser infinito, y no por ser los creadores o causa de la idea de infinito, sino simplemente para poder contenerla.
Si, por el contrario, la idea que tenemos no es ella misma infinita, por ser simplemente una representación o por el motivo que fuere, entonces no se puede negar que una sustancia finita e imperfecta como nosotros pueda causarla. Y por tanto no es necesario que exista semejante sustancia infinita.
Prueba por el yo que tiene la idea de Dios: El hombre no es capaz de darse todo lo que quiere, de esto somos conscientes todo el mundo. Deseamos cosas que conocemos, pero que no podemos alcanzar realmente. No somos capaces de darnos a nosotros mismos algunas perfecciones, no somos capaces de perfeccionar nuestro ser, y si no somos capaces de perfeccionarlo, mucho menos seremos capaces de darlo. Por ello el ser nos es dado por otro. Ese que me da el ser debe tener por lo menos la misma realidad que su efecto, es decir, que yo. “En consecuencia ha de ser una cosa que piense y tenga la idea de Dios”[9] Además, explica el autor francés que “si yo fuese independiente de cualquier otro, si yo fuese al autor de mi propio ser, ciertamente no dudaría de nada, no desearía nada, no me faltaría, en fin, ninguna perfección, pues me habría dado a mí mismo todas aquellas perfecciones de las que tengo alguna idea, con lo que yo sería Dios”[10]. Y aclara: “he preguntado si yo podría existir, no existiendo Dios, no tanto para aducir una razón diferente de la precedente como para explicarla con más exactitud”.
Prueba ontológica
Descartes mantiene una batalla con Caterus realmente similar a la que siglos antes libraron San Anselmo y Sto. Tomás. El ontologismo afirmaría que Dios es “aquello mayor de lo cual nada se puede concebir”, es decir, que no podemos pensar nada que sea más perfecto que Dios, en eso consiste ser Dios precisamente. Pues bien, si Dios no existiese realmente, podríamos pensar en un Dios realmente existente, que sería más perfecto que el Dios no existente, y por tanto el Dios no existente no sería Dios. Llegamos a una contradicción.
Lo que Descartes defiende es que la existencia está implícita en la misma esencia de Dios, en su misma naturaleza. “…advierto claramente que es tan imposible separar la existencia de Dios de su esencia como de la esencia de un triángulo que la magnitud de sus tres ángulos valga dos rectos, o bien de la idea de una montaña la idea de un valle…”[11]. Resulta contradictorio pensar en un Dios no existente. Puesto que existir es más perfecto que no existir y Dios es lo sumamente perfecto, necesariamente ha de existir.
Caterus en un primer momento intenta responder como lo haría Sto. Tomás, es decir, diría que hay que diferenciar entre pensamiento y realidad: concebir a Dios como existente no significa que exista actualmente, o como diría el aquinate “que exista en la naturaleza”. Una cosa es concebir las cosas de una forma y otra distinta que sean o no de esa forma. Caterus diría que de la naturaleza de Dios es inseparable su existencia. Es decir, de la naturaleza de Dios se sigue la existencia de tal naturaleza; pero de ahí no se puede concluir que en un primer momento exista tal naturaleza[12].
 Descartes se defiende afirmando que con Dios es diferente, que concebirlo clara y distintamente como perfecto nos lleva a saber que realmente es perfecto y que por tanto existe. No se trata de que nuestra mente lo determine así, sino de que nuestra mente descubre que la realidad es así.
Finalmente Caterus le acabará reprochando algo parecido a lo que diría Kant: Se trata de afirmar que la existencia no es una perfección más, sino la base necesaria para que se den las demás perfecciones. Es la condición sin la cual no puede haber ninguna perfección[13]. Todo el argumento de Descartes se viene abajo si demostramos que la existencia no es una perfección, y de eso se trata. Existir es necesario para que se den las demás perfecciones, pero no es una perfección más. Dios es perfecto… si existe, porque si no existe no será nada, con lo cual no será perfecto y todo lo que ha dicho Descartes resultaría absurdo.
Sin embargo Descartes no acepta que la existencia no sea un atributo y por tanto una perfección, e insiste: “se puede demostrar la existencia de Dios simplemente porque la necesidad de ser o existir está comprendida en la noción que tenemos de Él”[14]. Y así concluye el diálogo.
Conclusiones
René Descartes afirma que se puede demostrar la existencia de Dios mediante dos vías: La primera consiste en que tenemos su idea en nosotros y al ser ésta la idea de una sustancia infinita es necesario que quien nos ponga esa idea en nosotros sea infinito, es decir, es necesario que sea Dios. Por otro lado, si examinamos la esencia de Dios, no podremos negar que existe, pues al ser Dios lo más perfecto ha de poseer todas las perfecciones, entre ellas la existencia.


[1] J.L. Fernández Rodríguez, Dios, su existencia (en Descartes). Anuario Filosófico Nº 22, 2ª edición. P. 24
[2] Ibíd. P. 5
[3] Ibíd. pp. 6-7
[4] Ibíd. p. 7
[5] Ibíd. pp. 59-60
[6] Ibíd. p. 10
[7] Cfr. J.L. Fernández Rodríguez, Dios, su existencia (en Descartes). Anuario Filosófico Nº 22, 2ª edición, pp. 12-13
[8] Ibíd. p. 23
[9] Ibíd. p. 26
[10] Ibíd. p 81
[11] Ibíd. p. 95
[12] Cfr. pp. 103-104
[13] Cfr. J.L. Fernández Rodríguez, Dios, su existencia (en Descartes). Anuario Filosófico Nº 22, 2ª edición, pp. 32-33
[14] Ibíd. p. 112