La Iglesia ha proclamado el año de la fe, que empezamos este pasado jueves día 11. Algunos por ahí piensan que "aún muchos creen en los mitos del cristianismo", pero para los que somos practicantes se nos hace evidente que cada vez hay menos creyentes. Los bancos de las iglesias cada vez dejan más huecos vacíos, una cruz al cuello parece más un objeto de estética que una manifestación de credo personal, la palabra "cristiano" ya sólo nos eboca futbol. Como católico de a pie a veces me entero de que un nuevo joven "ya no cree", o que un chico deja la catequesis de confirmación; y uno se pregunta qué puede hacer. ¿Qué habré hecho mal para dejar que esta gente pierda la fe o sencillamente no le haya atraido un poco más el cristianismo? Es verdad que uno siempre puede mejorar, pero también es cierto que nadie es todopoderoso y que Dios mismo respetó nuestra libertad, quién soy yo para negar la libertad a nadie. Yo mismo fui uno de esos que dejaron la catequesis de confirmación. Pero ya se lo dijo el Señor a Isaías hace mucho tiempo: "Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos vuestros caminos, dice Yahvé. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros mis pensamientos" (Is. 55, 9). Él sabe lo que hace con cada uno de nosotros.
De todas formas se sigue removiendo algo dentro de mí, me sigo preguntando qué puedo hacer. Por supuesto rezar; siempre recuerdo unas palabras del Papa (creo que Juan Pablo II, pero podría ser Benedicto XVI) que decían que debemos confíar en Dios como si todo dependiera de Él y al mismo tiempo esforzarse como si todo dependiera de nosotros; pues bien ¿qué podemos hacer? Esta vez sí, el Papa Benedicto XVI nos recuerda las palabras de San Agustín hablando de la oración del Credo, a modo de consejo: «no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe
de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo
el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre
en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que
tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni
cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente,
vigiléis con el corazón». Es un buen consejo para los que ya nos consideramos creyentes, saborear el Credo, rezarlo, meditarlo, sentirlo muy propio.
Sin embargo, mucha gente se baja de este barco, que ciertamente gusta por navegar entre tormentas. Pero a mí me gustaría que cada uno recordáramos que dentro de nosotros llevamos inscrito ese anhelo de infinito, de felicidad plena, de belleza, de Dios. En la carta apostólica Porta Fidei el Papa precisamente recuerda que "la misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de
«lo que vale y permanece siempre». Esta exigencia constituye una
invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a
ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no
hubiera ya venido".
Todo el mundo ha de pasar por su propia puesta a prueba de la fe, pero las pruebas no son sino una comprobación de que somos libres, de que podríamos dejar esto y abandonarnos a las corrientes del mundo. "Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son
probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras
quisieran escuchar su voz consoladora" (Porta Fidei). Sin embargo Dios sigue estando ahí, Él no va a dejar de existir porque yo dude. Creo que incluso el no creyente, si busca con sinceridad, desde su ateismo puede clamar a Dios: "si no existes esto es sólo un pensamiento, pero si existes haz que crea en tí".
En esta carta apostólica el Papa nos recuerda la importancia de la caridad. Un cristiano en acción no es ni más ni menos que alguien que pone en práctica la caridad, la cual asume todo su significado cuando va acompañada por la fe; y del mismo modo la fe produce su mayor efecto cuando va ligada a la caridad. "Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble
de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del
Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de
Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin." (Porta Fidei)
Dicho esto, os dejo en paz, sólo me queda recordar aquellas palabras de San Pablo, que esconden el misterioso secreto oscurantista de todo cristiano:
«Cuando soy débil, entonces soy fuerte»
(2 Co 12, 10)
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