martes, 29 de marzo de 2011

Buscando respuestas

Los libros de fantasía y ciencia ficción normalmente tienen un mensaje de fondo o moraleja. Estos libros nunca quedan vacíos de contenido. Incluso cuando están hablando de razas mágicas, extraterrestres o robots, los escritores de esos géneros siempre intentan dejar mensajes puramente humanos: respuestas o advertencias a problemas humanos. Sin embargo, algunos de los más grandes escritores de fantasía y ciencia ficción, han afirmado que no son ellos los que introducen la moraleja en sus historias, sino que son las mismas historias, que al cobrar vida, desarrollan sus propias conclusiones, y son ellas las que otorgan una moraleja a su escritor… Es el escritor el que aprende de su propia historia.

Pues bien, en cierto sentido cada uno de nosotros somos los escritores de nuestra propia historia. Aunque muchas veces no somos nosotros los que dirigimos nuestra vida, sino que cogemos y aprendemos de lo que nos viene dado. No creo que nuestra vida sea como un barco con el que nosotros navegamos hacia el horizonte que más nos gusta, por encima incluso de cualquier ola; sino que más bien la veo como una tabla de surf, frágil comparada con la fuerza del mar, pero lo suficientemente preparada como para coger las olas que se nos echan encima.

¿Y por qué digo todo esto? Porque yo también pienso que los problemas de la filosofía son los mismos que los problemas de la gente normal y corriente. No digo que no se encargue de temas como el Bien, lo trascendental o las esencias de las cosas, pero sí que todo ello no debe perder su sentido, es decir, que son problemas que se estudian a raíz de problemas normales del día a día.

Uno que estudia economía lo puede hacer porque quiere aprender y dominar el funcionamiento de la bolsa, o uno que estudia ingeniería de telecomunicaciones lo puede hacer porque quiere ser el mejor programador que haya habido nunca, pero acaso nosotros no estudiamos filosofía simplemente porque nos encanta. Al menos yo hablo desde mi propia experiencia, desde mi propia historia. Muchas veces nos preguntan: ¿por qué estudias filosofía? Y la respuesta muchas veces puede ser algo así como: “no tengo ni idea, pero no estudiaría ninguna otra cosa”, o al menos mi respuesta suele ser esa. No termino de entender por qué preferí la filosofía a otras muchas carreras, y tampoco termino de entender por qué no la he dejado ya, lo único que sé es que no estudiaría ninguna otra cosa. No creo que ninguno tuviésemos en mente alcanzar la verdad absoluta al terminar la carrera, puede que alguno sí, pero no es mi caso. Es posible que yo no tenga vocación de filósofo, pero no cambiaría la filosofía por ninguna otra carrera… (Quizás eso sea tener vocación de filósofo). Me pueden decir que estoy perdiendo el tiempo, pero yo no creo que sea así ¿Por qué? No puedo explicarlo, sencillamente lo sé.

No hace muchos días comentábamos algunos estudiantes de filosofía que detrás de todos nosotros parece haber alguna historia especialmente peculiar; como me decía uno de ellos: “algo de rarito sí que tenemos”. Para empezar, el que haya tan pocos estudiantes de filosofía ya dice algo. A la filosofía se pasa gente de todas las carreras posibles, desde historia, pasando por biología, hasta arquitectura. Digamos que si todas las carreras se pueden situar en una línea, cuyos extremos son lo puramente científico y lo puramente humanista, la filosofía no parece tener un puesto claro en dicha línea. ¿La filosofía es una ciencia… es lógica? ¿O por el contrario sus problemas deben ser los referentes a nuestra humanidad? Los problemas de la filosofía son los problemas de cualquier persona, así sea ingeniero industrial, barrendero o esté en el paro. Y es por eso por lo que creo que no hace falta ser licenciado en filosofía para ser filósofo. Personalmente no me considero más filósofo ahora que en segundo de bachillerato, ni tampoco seré más filósofo el día después de graduarme que el día anterior. De alguna forma la filosofía va estrechamente vinculada a la vida de cada uno, y por eso afirmo con los pragmatistas que la filosofía no es un ejercicio académico.

Para ser ingeniero necesitas un título, un documento que asegure que tienes los conocimientos necesarios y que por tanto se te puede considerar ingeniero, pero no debería ser exactamente igual con la filosofía. Efectivamente se puede dar el caso de una persona sepa muchísimo sobre lo que han dicho todos los filósofos de la historia, que los comprenda a todos incluso, pero de qué te sirve eso… En mi opinión eso no es ser filósofo, ser filósofo no es un título ni una acumulación de conocimientos, ser filósofo es una actitud, concretamente una actitud de búsqueda, y por eso cualquiera puede ser filósofo sin necesidad de pasar por una universidad. La universidad, tal y como yo la veo, es una ayuda, un apoyo; es una parte del camino en la que se va a fortalecer una faceta de mi vida: la filosofía. La universidad me va ayudar a hacerme buenas preguntas y a darme también múltiples respuestas. Pero la filosofía es algo que va mucho más allá de la universidad. El día que salga del mundo universitario no habrá pasado nada; sin embargo, moriré como filósofo el día que deje de buscar respuestas.

Yo creo que escogemos filosofía sin saber muy bien por qué, sin saber muy bien lo que estamos haciendo, pero también creo que nosotros, como el escritor que aprende de su propia historia, sin darnos cuenta estamos aprendiendo mil y una cosas que nos servirán, no para conseguir un buen trabajo, sino quizás para otras cosas, sin duda mucho más importantes que el trabajo.

¡Piensen!

“Posiblemente solo entienda este libro quien ya haya pensado alguna vez por sí mismo los pensamientos que en él se expresan o pensamientos parecidos”. Efectivamente, muchas veces hace falta que, para hablar en profundidad de un tema, los que discuten hayan pensado ya sobre el tema en cuestión. Uno puede hablar del tiempo improvisadamente porque no hace falta ningún tipo de especulación metafísica para decir “sí, es verdad, hoy hace un tiempo de lujo, podríamos dar la clase en el campus”; quizás esa persona no se había parado a pensar en eso al despertar por la mañana, reflexionando sobre las posibilidades que se abren ante un día tan soleado, pero una conclusión de ese tipo puede elaborarse rápidamente en cuestión de segundos.

Sí, posiblemente el tiempo, el partido de ayer o si he dormido mejor o peor esta noche son temas de los que puede hablarse pensando sobre la marcha. Pero hay otra serie de temas que, en mi opinión, merecen un poco más de tiempo, y muchas veces esos temas son los realmente importantes en la vida. O mejor: No es que los temas realmente importantes sean los que más tiempo necesitemos pensar, sino que los temas que cada uno consideramos importantes son los temas a los que más tiempo dedicamos; son los temas que pensamos porque consideramos importantes.

Efectivamente, no sería raro que para una persona para la que el futbol es lo más importante de su vida, dedicase gran parte de su tiempo, no solo a ver partidos de futbol, sino también a pensar sobre ellos; por ejemplo, a pensar si la decisión de tal entrenador fue la decisión correcta o fue la peor que podía haber tomado; o simplemente recordando las mejores jugadas del partido. Nuestra mente se nos va inconscientemente a los temas que nos interesan, y matamos el tiempo pensando en ellas.

Como escribe Gilson en “el ser y los filósofos” : “El principio de los principios es que un filósofo debería poner siempre como lo primero en su mente, lo que es primero en la realidad. Lo que es primero en la realidad no tiene porqué ser lo que es más fácilmente accesible para el entendimiento humano; es aquello cuya presencia o ausencia entraña la presencia o ausencia de todo lo demás en la realidad”. Personalmente, pienso que tiene una razón inmensa, pero me temo que yo no voy a referirme a lo mismo que Gilson.

Tenemos que poner en nuestra mente lo que es primero en la realidad, eso dice Gilson, y repito que me parece que tiene razón. Pero por otro lado, él se refería al ser y yo me pregunto si realmente el ser es lo primero en la realidad. No pretendo entrar en ningún tipo de relativismo, ni pretendo negar que el ser sea el fundamento metafísico de toda la realidad, objetivamente hablando; pero qué lejos queda eso de toda mi vida, qué lejos queda eso de toda mi realidad.

No voy a hacer ninguna encuesta sobre qué es lo primero en la realidad, aunque sería interesante, pero me arriesgaré al afirmar que, si pregunto por lo primero en la realidad, muy poca gente daría una respuesta tal como “lo primero es el ser”. Y ahora pregunto al lector: ¿lo más importante en tu realidad es el ser…? ¿O es tu familia? ¿O son tus amigos? ¿O es tu trabajo? No voy a entrar en si es más importante la familia o el trabajo, pero sí quiero hacer notar que aquello en lo que piensa cualquiera, es aquello que tiene más importancia para él, lo que es más vivencial, lo que es más real. Quizás el ser sea lo primero en la realidad, pero prefiero pensar en cómo ayudar a un amigo o amiga a solucionar un problema antes que pensar en el ser. Si descubrir los misterios del ser me va a ayudar a solucionar el problema, o me va a permitir disfrutar de algún tipo de belleza especial, entonces, adelante. El problema está cuando el ser se convierte simplemente en una letra seguida de otras dos, es decir, el problema está cuando lo que persigues es sólo una palabra o una definición sin relevancia alguna en tu vida.

Lo que quiero decir con todo esto es que cada uno de nosotros debemos pensar sobre lo que nos importa y nos afecta. Pero no sólo digo que, en esos infrecuentes momentos en los que me pongo a pensar, debo pensar sobre lo que me afecta, sino que esos infrecuentes momentos deberían ser más frecuentes. Escuchar música mientras vas andando por la calle no está mal, pero pensar en tus cosas mientras vas andando por la calle está mejor.

Es importante que pensemos y reflexionemos sobre nuestra realidad, de esta forma nos conoceremos mejor a nosotros mismos, y de esa forma nos daremos a conocer mejor a los demás; los demás nos conocerán a nosotros, y no a una especie de momia que se ha dejado arrastrar por todo el mundo. Así también nos sentiremos conectados con una persona que haya reflexionado sobre los mismos temas que nosotros. Porque, como diría Wittgenstein: esa persona nos entiende.

Y termino simplemente con una frase del papa Juan XXIII: “Jóvenes del mundo, piensen... en lo que sea... pero piensen”.

viernes, 25 de marzo de 2011

Cuaresma

Estamos en tiempo de cuaresma (ya bien entrada, por cierto), recordando esos cuarenta días que estuvo Jesús en el desierto. Se dice que en este tiempo "tenemos" que hacer ayuno, oración y dar limosna... Son cosas que atacan directamente a nustra comodidad, buena vida, orgullo, rutina... un millar de cosas, por eso nos cuesta tanto, o mejor, por eso nos CUESTA tanto, y lo pongo con mayúsculas porque es una gran verdad y porque realmente cuesta mucho.

Pero lo que yo me pregunto ahora, igual que todo el mundo lo hace (y si no debería hacerlo), es por el sentido de hacer esas tres cosas... porque algún sentido tendrá ¿no? Porque  personalmente, "por tradición" es un motivo que de poco me sirve, un buen bocata de chorizo ya me habría comido. Creo que es bueno saber por qué se hace, pero sin darle demasiadas vueltas, que nos llevaría a estar pensando contínuamente en eso y a estar sufriendo durante los cuarenta día, o bien creernos los mejores (creernos el asceta o místico del siglo XXI).

Si algo aprende uno con el ayuno es que es débil, es impresionante lo apegados que estamos algunos a nuestras tres comidas diarias, más meriendas u otros "entre-horas". Es duro renunciar a algunas comodidades, pero creo que es, sobre todo, duro psicologicamente hablando. Personalmente, cuando más me cuesta el ayuno es por la mañana cuando me despierto y pienso "puffff, hoy ayuno... que royo..." Pero luego durante el día no se hace tan duro, estás a tus cosas y la mayor parte del día ni piensas en eso (escepto, quizás, cuando te interrumpe un rugido desde lo más profundo de tu estómago, que pide gasolina). Pero... a ver... Pongamos las cosas en su sitio: ¡Si nadie me obliga a hacer ayuno! Lo hago porque quiero, entonces ¿por qué quejarme? si no quieres no lo hagas, pero si quieres, entonces es que quieres por algo, simplemente hay que recordar ese algo y no olvidarlo. Todos los que lo hacemos tenemos un motivo para hacerlo, es importante no perderlo de vista para no acabar pensando que es una simple obligación.

Al preguntar e informarme de cuál puede ser el sentido de estas cosas la respuesta que recibí fue: "por identificación con Cristo". Finalmente es eso, es un gesto de amor, que aunque pueda atacar a nuestro orgullo y por eso mismo doler un poco... por otro lado se hace con el mayor de los gustos... porque es un pequeño gesto hacia alguien que quieres.