ELEMENTOS BÁSICOS, ESENCIALES Y CONSTANTES DE LA CUESTIÓN SEXUAL
(José Mª García Camacho – 3º Filosofía)
Los seres humanos somos sexuados, de eso no cabe ninguna duda, ni hace falta demasiada investigación para darse cuenta de ello. La “cuestión sexual” es por tanto una cuestión humana, nos afecta radicalmente tanto a hombres como a mujeres. Se trata de algo presente en la naturaleza humana. Y puesto que nos viene dado por naturaleza, no se trata de algo que podamos escoger o modificar a nuestro antojo, se podría decir que no está al alcance de nuestra libertad. Al nacer a nadie se le presenta la opción de ser sexuado o no, no podemos elegir tener sexo o no tenerlo.
Pero además, puesto que no depende de nosotros, la forma de perfeccionarlo o de llevarlo a cabo tampoco depende de nuestra voluntad. La dimensión sexual de la persona humana tiene unos parámetros que hay que respetar si se quiere desarrollar correctamente dicha dimensión. De la misma forma que si queremos ver bien tenemos que abrir los dos ojos. Puede haber alguien que decida abrir solo un ojo y cerrar el otro, eso está muy bien, pero verá peor que los demás; él no puede elegir abrir solo un ojo y ver igual de bien que los demás.
Hay, por tanto, unos elementos constantes y necesarios para desarrollar correctamente esta dimensión de las personas. Lo primero es darse cuenta de que todos somos personas humanas y que nos dividimos en dos tipos: hombres y mujeres. Todos somos personas, y en lo que se refiere a esa dimensión somos todos iguales, pero no somos solo eso (que no es poco) sino que hay algo que nos diferencia, en un segundo nivel, a unos de otros. Unos somos hombres y otras mujeres, y de nuevo se trata de algo que no podemos elegir, nadie ha tenido la opción de nacer hombre o mujer, sino que, por decirlo así, se ha topado con ello.
El ser hombre o mujer es una dimensión de la persona humana, lo que nos hace diferentes, pero no jerárquicos, en el sentido de que somos diferentes, pero no por ello uno es superior al otro. Existen personas varones y personas mujeres; somos iguales pero distintos. En cuanto a personas somos todos iguales y no hay distinción alguna, pero en cuanto a hombres y mujeres, somos muy diferentes, y en ese sentido no se nos puede tratar igual. Si somos iguales es por nuestra dimensión personal, pero tener eso en cuenta no significa olvidarse de las diferencias reales que existen entre el hombre y la mujer. “Buscar la igualdad en la supresión de toda diversidad, es confundir la igualdad con la diversidad”[1].
Y algo que a simple vista también parece evidente es que hombre y mujer son complementarios. Existe una atracción mutua natural, y no porque hace muchos siglos se haya hecho una reunión y se haya decidido democráticamente que lo mejor es que las mujeres se unan con los hombres y los hombres con las mujeres. Sino que hombres y mujeres están hechos los unos para los otros. Esto es de las cosas menos democráticas que existen: a mí, como varón, me atraen las mujeres de una forma completamente diferente a como me atraen los hombres. De nuevo, no puedo escoger; puedo escoger qué hacer, pero no mi inclinación natural hacia las mujeres, esa me viene dada. De esta forma se explica también la fecundidad. La complementariedad entre un hombre y una mujer da como fruto la fecundidad, esto es, más personas varones y mujeres que posteriormente se unirán entre ellos y serán, a su vez, fecundos.
Vemos, pues, que unos están hechos para otros; esto revela una característica fundamental de la persona humana, a saber, que somos sociales por naturaleza. Puesto que por naturaleza estamos hechos para el otro sexo, por naturaleza somos sociales, pues es necesaria una apertura hacia el otro. Esta característica se hace visible en tres realidades: por un lado, y como ya hemos dicho, ambos sexos se atraen naturalmente. En un segundo lugar, el fruto de esa unión da lugar a los hijos, es decir, que hombre y mujer se abren a terceros, dando lugar a la familia. Por último, las familias se relacionan entre sí unas con otras, esto es visible en cualquier pueblo, ciudad o país; así como en cualquier tiempo de la historia. Estos son, por tanto los tres niveles en los que se hace visible la sociabilidad natural de la persona humana.
Pero además esta sociabilidad es estable. Que la persona humana sea social por naturaleza significa que está en su naturaleza el ser sociable, y la naturaleza no cambia de un día para otro. La persona humana siempre es sociable, lo que no quiere decir que siempre y a cada instante se ejerza la sociabilidad, todos necesitamos nuestros momentos de soledad, pero la inclinación social está siempre presente y clama estabilidad. “La relación varón-mujer no es solo una apertura ocasional y fugaz, sino una apertura estable”[2]. Y no solo la relación varón-mujer, sino que la estabilidad es propia de los tres niveles de sociabilidad ya mencionados; de ahí que se pueda hablar de familia (cada uno tenemos una familia para siempre, y no una diferente cada semana) y también por ejemplo hablar de amigos (los verdaderos amigos son para siempre suele decirse).
Puesto que todos somos personas, no hay que olvidar que en la cuestión sexual también influyen dos elementos propios de la persona humana: el amor y la libertad. Cuesta imaginarse una persona que carezca de capacidad de amar o de libertad. Estrictamente hablando toda unión entre diferentes sujetos está fundamentada en el amor. En una unión siempre hay amor de algún tipo, y es ese amor “la cuerda” o nexo de unión. En una relación tan especial como es el matrimonio o la familia esa unión debe ser mucho más especial, y eso es lo que coloquialmente se entiende por “amor”. La relación entre un hombre y una mujer no alcanza su plenitud sin el amor.
Así como tampoco sin la libertad. De hecho es con la libertad como se constituye una verdadera relación. Sin un sujeto libre que ponga su voluntad no hay verdadera unión, sino apariencia de unión. En la cuestión sexual es así, si no hay libertad ni amor en una relación conyugal, dicha relación no estaría al nivel de la dignidad personal que cada uno tiene.
Por tanto tenemos estos elementos básicos, esenciales y constantes de la cuestión sexual: la diferenciación de los dos sexos, que son complementarios, la fecundidad, la sociabilidad, la estabilidad, la libertad y el amor. Son básicos y esenciales porque son necesarios para desarrollar y utilizar correctamente la dimensión sexual de la persona humana; y son constantes porque son así siempre, es algo inscrito en la naturaleza humana. Como he dicho al principio, no depende de nosotros ni podemos cambiarlo ni combinarlo a nuestro antojo, de la forma que más nos plazca. Viene en nuestro manual de instrucciones, por así decirlo, y nosotros podemos usarlo bien o mal, pero si lo usamos mal lógicamente cabe la posibilidad de que se estropee. Si un MP3 sirve para escuchar música, y lo usamos mal una y otra vez (metiéndolo en el agua o encendiéndolo a golpes) cada vez se oirá peor; se podría decir que cada vez es menos MP3. Lo mismo sucede con la dimensión sexual del ser humano, que si no hacemos caso al “manual de instrucciones” (es decir, nuestra naturaleza) corremos el riesgo de deshumanizarnos.
Y de aquí la importante diferencia que hay entre el “poder hacer” y el “deber ser”. Por nuestra libertad podemos hacer muchas cosas, pero no todas ellas debemos hacerlas.
[1] Pedro-Juan Viladrich, La agonía del matrimonio legal. P. 52
[2] Ibíd. P. 55