domingo, 28 de abril de 2013

Anima Mea


Viejo, pobre, de figura
ruin y de maltrecha barba,
escondía en su fardo
mil palabras por espadas;
tapando en cada sonrisa
un ataque por la espalda.
Al entreabrirse sus labios,
agrietados por la escarcha
de la noche, caía una
sentencia sobre el alma
de quien le hubiera juzgado,
y ensartaba sus palabras,
malditas por el odio, en
sus indefensas entrañas.

Mas su rumbo doblaría,
del lugar en el que el Sol
halla su eterna morada,
de blanco hábito bajó,
y de dulces melodías,
la dama que en canción
la oscuridad y roca
tornaría en su interior.

“Mendigo vine al mundo
al que Dios me destinó,
guiaron mis pasos en la
noche miseria, dolor,
ingratitud; la ceguera
férrea que me impide a Dios,
inmerso en este mundo,
Caridad, mano que dio
a la mano que pedía,
Tú… misionero… pobre…
por Amor.”