viernes, 27 de enero de 2012

Gritando a las piedras

Tras unos largos años de continua meditación me di cuenta de cuánto tenían de inútiles mis pensamientos. Este gran manojo de ideas simplemente se quedaban encerradas en mi cabeza, creciendo exponencialmente sin tener más sitio donde habitar, y enredándose unos pensamientos con otros precisamente por la falta de espacio. Abandoné mi solitario dormitorio para buscar de entre todas esas personas que vivían en el pueblo unas cuantas mentes que hubieran pensado cosas parecidas a las mías, o cosas muy distintas, y poder dar una salida a mis pensamientos para no dejarlos encerrados y aburridos en mi sola mente.

Una vez allí, entre todo el tumulto de gente, que hablaban, gritaban y bromeaban entre sí, empecé a buscar algunos que quisieran, como yo, dar salida a sus pensamientos y conocer los pensamientos de otros; y de esta manera, entre varios hombres hallar al menos unas pocas conclusiones claras sustraídas de todo ese caos de ideas de mi cabeza. Un caos de ideas que ya no me dejaba pensar. Necesitaba aclararme y por eso salí de mi soledad.

Para mi sorpresa ¡la gente me ignoraba! pero es más ¡me huía! Le dije a uno que pasaba por mi lado: “Tú ¿qué has pensado durante tus años de vida?” No me respondió palabra alguna, pero pude leer sus pensamientos en su mirada: “¿Me está hablando a mí? Déjeme, señor”. Tras la mirada se dio media vuelta y se fue. Busqué a otro y ataqué:

-¿Usted qué piensa?

Me respondió -¿Que qué pienso de qué?

-Qué piensa usted en general ¿qué piensa?

-Usted está loco, déjeme en paz.

Y así fue durante un largo rato, iba buscando personas que quisieran hablar conmigo y aprender de mí y yo de ellos, pero nadie quería. A mí me extrañaba bastante, veía que todos eran personas muy sociables, todos hablaban con todos, y mucho. Había comunicación entre ellos, pero nadie parecía haber pensado sobre nada. “Es una pena” pensé, yo he pensado mucho y no me he comunicado nada, ellos parecen haberse comunicado mucho pero sin haber pensado nada. Nos podríamos ayudar mutuamente. No me rendí y lo intente un poco más, pero nada, hasta el punto de desesperarme. ¡Cuántas personas! ¡Cuántas mentes! ¡Y qué pocos pensamientos!

Vi una gran piedra, y como nadie me respondía le grité enfadado: “¡¿Y tú?! ¡¿Has pensado algo en tu fría y aburrida vida?!”

-Pues la verdad es que últimamente no he parado de darle vueltas a la cabeza- respondió la piedra.

El asombro era absoluto, pero no pude evitarlo, le seguí la conversación. Cuántas personas me había topado sin pensamientos interesantes y esta piedra es la única que me responde.

-¿Darle vueltas a la cabeza? ¿Tú? Si no tienes cabeza.

-¡Eh! ¡Eh! no te pases. En realidad eres tú quien no debería hablar. ¿Por qué me has gritado de esa manera?

-Llevo toda mi vida encerrado en mi dormitorio pensando sin parar. Cuando era muy joven, de hecho cuando no era más que un niño, ya me di cuenta de que las personas suelen molestarte cuando intentas ocuparte de tus asuntos, cuando estás pensando en lo verdaderamente importante; y no solo las personas, el mundo que nos rodea no es más que una molestia para el pensamiento: móviles, ordenadores, blackberrys… cuando crees que ya te has deshecho de alguien de repente te llega un mensaje a la black ¡y es él!, ya no hay forma de deshacerse de nadie, ni hay forma de meter kilómetros de distancia.

Todo eran molestias y yo necesitaba concentración para pensar en las cosas que de verdad importan, por eso me aislé del mundo. Años y años de puro pensamiento y me puedes creer, he pensado muchas cosas. Pero poco a poco todos esos pensamientos se han ido volviendo contra mí. Mi mente se fue convirtiendo en una olla a presión y no había grieta alguna por donde liberarla un poco. Me di cuenta de que todos los pensamientos que había tenido, algunos muy claros y ciertos, necesitaban más espacio, y ese espacio son las mentes de los demás. Necesitaba gente a quien comunicárselos y con quien hablar. Además, había descubierto multitud de cosas que no me servían para nada. La virtud, por ejemplo, y otras cosas por el estilo que he leído y memorizado, he descubierto que no sabré lo que son de verdad hasta que no viva ahí fuera, o mejor dicho, aquí fuera. Pero el exterior me ha vuelto a decepcionar. No he encontrado a nadie con quien merezca la pena pasar el tiempo. Estoy pensando en volver a mi dormitorio y quedarme allí, pero por otro lado siento un gran rechazo a volver, y no sé por qué, no entiendo nada.

Respondió el hombre que había detrás de la piedra:

-Yo ahora sí entiendo, no quieres volver porque no eres solo pensamiento. Anhelas algo que no conoces, que no sabes lo que es, y eso te desconcierta. Tu razón te ha guiado durante toda tu vida, pero es ahora el corazón quien no te deja volver a ese aislado dormitorio, porque bien sabe tu corazón que esa no es forma de vivir. Has pensado durante mucho tiempo en las cosas que de verdad importan, ¿Pero cuánto te has ocupado de las cosas que de verdad importan? Yo vengo del pueblo ese donde has estado antes y has hecho que me de cuenta de que nunca había pensado nada y eso me ha impedido ocuparme de nada. Gracias por gritarle a las piedras.

martes, 17 de enero de 2012

Apagón...

Hay días en los que simplemente me apetece hacer un "apagón mental"; sí, como cuando apagas todas las lámparas y flexos, bombillas y focos, televisiones y ordenadores de casa. Es entonces cuando la oscuridad y el silencio salen de sus escondrijos sigilosamente, inundando los pasillos y habitaciones.

A veces los pensamientos en nuestra cabeza son como los gritos de un niño pequeño, estridentes y agotadores cuando se lo proponen. Y realmente cuesta hacerlos callar, cuanto más te enfadas y les gritas que se callen más gritan ellos y entonces ya hay dos personas gritando. Cuanto más piensas en tus pensamientos y en cómo "apagarlos" más piensas y más pensamientos hay que acallar. El ruido se combate con silencio. Cuando cada pensamiento se vuelve contra uno mismo... es entonces cuando hay que dejarlos pasar y no hacerles mucho caso. Pero es tan difícil...

Y aquí va una pregunta más filosófica: ¿Se puede realmente dejar de pensar? A mi me parece que hay una forma de conseguirlo (habrá más, seguramente). Es una especie de juego: Cualquiera puede pensar en lo que va a decir dentro de un rato. Podemos pensar en lo que vamos a decir sin decirlo, ese pensamiento está en nuestra cabeza. Por ejemplo: Voy a decir "no quiero estudiar", y piensas en eso que vas a decir. Pues bien, ahora, en lugar de intentar pensar en lo que vais a decir dentro de dos segundos intentad pensar en lo que vais a pensar dentro de dos segundos... ¿difícil verdad? Estas son las paranoias de un pobre estudiante de filosofía.

Aunque esto está completamente desviado de lo que iba a escribir en un principio. Bueno, esto es casi pensamiento en estado puro, hay quien lo llama divagación...

lunes, 2 de enero de 2012

El mal

No hace mucho discutia con un amigo sobre el mal. Fue una discusión a distancia y a través de mails, pero no menos interesante por ello. Te dedico esta entrada Javi, aunque no es nada que haya escrito yo, sino un fragmento de un libro que me estoy leyendo ahora: "Mi testamento filosófico" de Jean Guitton. En este fragmento está teniendo un diálogo con De Gaulle acerca del mal. Os pongo este fragmento y si os gusta leeros el libro, la verdad es que me está gustando y creo que merece la pena. Aunque ponga este fragmento, lo que más me gusta de este capítulo es cómo termina. Podeis encontrar aquí un par de fragmentos más amplios, sin embargo no están los diálogos completos.
Habla De Gaulle:



"—Vine para hacerle una pregunta y nos hemos desviado. Guitton, ¿y el mal?

—Es la prueba más fuerte de la existencia de Dios.

—Paradoja. Sea. Explique.

—Un día, Leibniz se prendó de una viuda guapa, joven, rica. La pidió en matrimonio. La dama le pidió tiempo para refle­xionar. Eso permitió reflexionar también a Leibniz y no se casó con ella. Pero, a veces, la echaba de menos, soltaba una lágri­ma. Tres años después, se la volvió a encontrar, ya casada; charló con el marido, comprendió. Se libró de una buena. Ya no lloró más.

— ¿Moraleja? 
—Espere el final de la historia.

— ¿El mal no existe? ¿Ha leído usted Cándido?

— ¿Qué quiere que le diga? Espere el final de la historia. Todo está en función del más allá.

—El problema, Guitton, es que la gente no quiere creer en Dios a causa del mal; y que no creen en el más allá porque a causa del mal no creen en Dios.

—Es razonar como un tambor.

—Yo no digo que razonen bien. Le digo cómo razonan.

—Por una vez, mi general, es usted el intelectual. Sea prácti­co. Pensamos en el mal cuando estamos mal. Luego el problema del mal se plantea siempre mal. Para ser racional, hay que tornar distancias. Pero cuando uno puede tomarlas, todo va bien y ya no pensamos en el mal. De ahí que, en la práctica, o pensamos mal en el mal, o no pensamos nada en él.

—Buen argumento. ¿Qué hacer?

—No pensar en ello cuando estamos mal y pensar en ello cuando no estamos mal.

—Lógico. ¿Lo que nos permite esperar el final de la historia?

—Exactamente.

—Pero entonces no pensamos, esperamos.

—Nada de eso. Pensamos mientras esperamos. El proble­ma del mal debe plantearse con el del destino. No por sepa­rado.

—Dice usted eso porque es católico, no piensa usted de manera autónoma.

— ¡Mi general, usted también no! Usted sabe bien que soy católico porque soy librepensador.

—Le estaba pinchando. Continúe.

—Entonces, una de dos. O es el más allá o es la nada.

—De acuerdo.

—Y si es la nada para el hombre, de nuevo una de dos sobre Dios. O hay un dios, o no lo hay.

—Le sigo. Y le adelanto. Si es el más allá para el hombre, entonces de nuevo una de dos sobre Dios. O existe o no existe. En resumidas cuentas, cuatro combinaciones posibles. Dios y el más allá, Dios sin el más allá, el más allá sin Dios, ni Dios ni el más allá. Hacen realmente cuatro."