No temo tanto la pólvora como a la duda. Es la duda el arma más letal de mis enemigos, y de todo aquél que quiera hacerme daño, el peor de los daños. Y no hay nadie capaz de sembrar la duda en mi interior como yo mismo. Muchos lo han intentado, pero como yo no lo ha conseguido ninguno.
Todos deberíamos luchar por algo, pues eso por lo que luchamos es el sentido que toma nuestra vida. Sin nada por lo que luchar, nada por lo que vivir, y no tener nada por lo que vivir significa vivir una vida sin sentido. Y cuando uno quiere luchar por algo y empieza un camino hacia una meta concreta, pronto se dará cuenta de que no llegará hasta el final sin pasar por dificultades. Dependiendo de cada persona y de sus circunstancias, surgirán unos obstáculos u otros, pero hay uno que aparece casi siempre: la duda. El mayor de los obstáculos para quien lucha por algo. Dudar de que se vaya a conseguir, dudar de que merezca la pena, dudar de si tus creencias son ciertas, dudar de si tienes o no apoyo de otras personas, de si te van a traicionar o no… La duda.
Sin embargo, yo no podría decir que lo que hay que hacer es acabar con la duda en absoluto y ya está, problema resuelto. Al margen de lo difícil que sería eso, la duda es necesaria, o a mí al menos me lo parece. Uno no puede creerse todo lo que le dicen, no es que haya que estar dudando continuamente, pero la capacidad de dudar no puede ser mala de por sí.
Creo que la capacidad de dudar está realmente ligada con la libertad. Dudamos porque somos libres, y en el momento en el que recibimos la libertad recibimos también la capacidad de dudar. Y al igual que la libertad, la duda se puede usar bien o mal. No creo que la duda en exceso sea positiva. Descartes, tras dudar de todo, se dio cuenta de que no podía dudar de que estaba dudando, eso era innegable. Pero llegar a ese punto, en el que lo único de lo que no puedes dudar es de que estás dudando, es horrible, es para la locura. Nada del mundo es creíble, nada de la realidad es seguro. Yo por lo menos no podría vivir esa situación; si sólo cuando dudo de un par de creencias ya lo paso mal…
La duda me parece la más afilada de las espadas; capaz de hacer tambalear a cualquiera. Y yo por lo menos, como creyente, tengo la esperanza de que la puedo cagar de mil formas distintas, y hasta con creatividad y gracia, y a pesar de ello estará Dios detrás, velando. No sé qué sería de mí si no tuviera esa fe, esa creencia; quizás, al no creer en nada, no tendría nada de lo que dudar y sería más feliz. Pero eso significaría que no tendría nada por lo que luchar, y eso sí que acabaría conmigo, eso es mucho peor que el mal trago de la duda. Me encanta tener algo por lo que luchar, y por tanto algo de lo que dudar. No puedo quejarme de que surjan en mí algunas dudas porque eso significa que hay algo de lo que dudar, significa que tengo alguna meta. Poder dudar de la misma verdad, esa es mi esperanza.
Todos deberíamos luchar por algo, pues eso por lo que luchamos es el sentido que toma nuestra vida. Sin nada por lo que luchar, nada por lo que vivir, y no tener nada por lo que vivir significa vivir una vida sin sentido. Y cuando uno quiere luchar por algo y empieza un camino hacia una meta concreta, pronto se dará cuenta de que no llegará hasta el final sin pasar por dificultades. Dependiendo de cada persona y de sus circunstancias, surgirán unos obstáculos u otros, pero hay uno que aparece casi siempre: la duda. El mayor de los obstáculos para quien lucha por algo. Dudar de que se vaya a conseguir, dudar de que merezca la pena, dudar de si tus creencias son ciertas, dudar de si tienes o no apoyo de otras personas, de si te van a traicionar o no… La duda.
Sin embargo, yo no podría decir que lo que hay que hacer es acabar con la duda en absoluto y ya está, problema resuelto. Al margen de lo difícil que sería eso, la duda es necesaria, o a mí al menos me lo parece. Uno no puede creerse todo lo que le dicen, no es que haya que estar dudando continuamente, pero la capacidad de dudar no puede ser mala de por sí.
Creo que la capacidad de dudar está realmente ligada con la libertad. Dudamos porque somos libres, y en el momento en el que recibimos la libertad recibimos también la capacidad de dudar. Y al igual que la libertad, la duda se puede usar bien o mal. No creo que la duda en exceso sea positiva. Descartes, tras dudar de todo, se dio cuenta de que no podía dudar de que estaba dudando, eso era innegable. Pero llegar a ese punto, en el que lo único de lo que no puedes dudar es de que estás dudando, es horrible, es para la locura. Nada del mundo es creíble, nada de la realidad es seguro. Yo por lo menos no podría vivir esa situación; si sólo cuando dudo de un par de creencias ya lo paso mal…
La duda me parece la más afilada de las espadas; capaz de hacer tambalear a cualquiera. Y yo por lo menos, como creyente, tengo la esperanza de que la puedo cagar de mil formas distintas, y hasta con creatividad y gracia, y a pesar de ello estará Dios detrás, velando. No sé qué sería de mí si no tuviera esa fe, esa creencia; quizás, al no creer en nada, no tendría nada de lo que dudar y sería más feliz. Pero eso significaría que no tendría nada por lo que luchar, y eso sí que acabaría conmigo, eso es mucho peor que el mal trago de la duda. Me encanta tener algo por lo que luchar, y por tanto algo de lo que dudar. No puedo quejarme de que surjan en mí algunas dudas porque eso significa que hay algo de lo que dudar, significa que tengo alguna meta. Poder dudar de la misma verdad, esa es mi esperanza.
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