jueves, 25 de agosto de 2011

Bailando bajo la lluvia

“Permaneced en mí, y yo en vosotros” (Jn 15, 4) Y así fue. Esas palabras resonaban en Cuatro Vientos cuando la tormenta descargó.

Habrá páginas y páginas escritas sobre aquella vigilia en Madrid, pero lo que los presentes sentimos lo llevamos cada uno dentro, y no hay forma alguna de robarnos la experiencia. ¿Qué experiencia? Pues eso depende de cada uno, porque aunque ha sido una experiencia común de toda una semana, cada uno se quedará con algo distinto, cada uno se quedará con su propia experiencia. Muchos con lo horriblemente mal que se han portado los italianos, otras con lo guapos que eran algunos de esos mismos italianos, pero habrá también quien se quede con una experiencia mucho más profunda que eso.

Sin embargo, mucho me temo que yo no soy de esos. La mía no ha sido una experiencia profunda, sino épica. Me parece impresionante que casi 2 millones de personas reunidas guarden silencio durante 15 minutos para rezar, para adorar; y que realmente no se oiga otra cosa que el viento. Ante esa imagen se me vienen a la cabeza aquellos versos de Simón & Garfunkel:

And in the naked light I saw
Ten thousand people, maybe more.
People talking without speaking,
People hearing without listening,
People writing songs that voices never share
And no one dare Disturb the sound of silence.

Es impresionante, pero no fue eso lo que más me movió el corazón. No fue esa mi oración más profunda. Lo que a mí realmente me encantó de esa noche fue la tormenta, y cómo reaccionamos. Me pareció tremendamente épico. Ya de por sí el vendaval y la lluvia eran impresionantes. Ver una carpa de adoración medio volando por los aires tampoco estuvo mal. Era una señora tormenta y lo mejor fue la reacción de la gente, que no fueron quejas, sino risas y gritos de alegría.

Imaginaos al típico pirata loco de novela, que en medio de la tormenta canturrea alegre, de pie sobre una verga y sujeto al mástil con una sola mano. El barco se va a pique pero él en su locura no teme la tormenta sino que la sonríe, pues no puede haber mayor suerte para él que morir a manos del viento, la lluvia y la mar. Pues bien, sustituid ahora el barco por la explanada de Cuatro Vientos, y al pirata por un millón y medio de católicos (por lo menos tan locos como él). Y es que no puede haber mayor gracia para nosotros que morir sonriendo por Aquél en quien creemos. Es cierto que no nos estábamos jugando la vida, pero sí podría surgir el miedo de que la JMJ de Madrid muriera, es decir, que tuviera que anularse por el mal tiempo. Sin embargo, ni el Papa quiso irse de allí ni nosotros tampoco. Permanecimos en Cristo, y la lluvia cesó, y de esa forma se confirmó lo que Benedicto XVI nos había dicho momentos antes: “Dios con la lluvia nos manda muchas bendiciones”. Seguro que no soy consciente de todas las bendiciones que se derramaron con aquella lluvia, pero sí soy consciente al menos de una: pude comprobar que la Iglesia de Cristo no se tambalea por una simple tormenta. Pero es que en realidad la misma lluvia fue la bendición, porque gracias a ella vivimos más unidos aquel encuentro. Por algún motivo, la lluvia nos hizo estar más alegres a muchos. Sin ella a lo mejor muchos no tendríamos ahora nada que contar, y es quizás por ello por lo que Dios nos envió la tormenta, para despertarnos y que aquel acontecimiento no pasase indiferente.

1 comentario:

  1. jajajajaja...pues si que recuerdos! Yo estuve en el escenario y la verdad esq nadie se quejo...todo el mundo cantaba y bailaba bajo la lluvia! =)

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