Reposo en el camino después de un día de lluvia. Todo está mojado y gris, pero al final del día he encontrado un árbol donde refugiarme. Es normal, siempre hay días en los que uno lo ve todo con otros ojos, lo ve todo como si su vida fuera un drama, lo que en otros momentos se ve con esperanza y alegría ahora lo veo como si no fuera más que una de las tantas cosas malas que hay en mi vida. En cierto sentido no tenemos la culpa, hay días así, aunque es verdad que siempre se puede hacer algo por “salir del hoyo”. Nunca hay que dejarse arrastrar por la desesperanza.
En cualquier caso yo escribo esta vez para dar gracias, porque Él ha sido mi árbol en el camino, Él ha sido mi fuente de esperanza, como tantas otras veces. Uno no se da cuenta de todo lo que tiene, hasta que pasas una mala racha y te das cuenta de que hay toda una base sólida debajo para sostenerte, y lo más curioso es que yo no he hecho nada, todo me ha sido dado. Pero nos es dado a todos, en la eucaristía. Ese ha sido el árbol en el camino que me ha servido de refugio. Es impresionante lo que hace una hora frente a Él diciéndole todo lo que te pasa, todo lo que te preocupa, pidiéndole perdón por lo que has hecho mal y pidiéndole ayuda para enfrentarse a los próximos obstáculos que, con seguridad, se presentarán. Y si inmediatamente te ves rodeado por un montón de buena gente entonces ya no hay de qué quejarse.
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