Que muchas veces no le ves nada bueno a tu vida, que miras a tu alrededor y sólo ves desgracias, que la tristeza muchas veces te gana la partida, que quieres vencerla pero ni sabes cómo hacerlo, que quieres superar los baches, que quieres, en lo más hondo de tu ser, levantarte. Eso lo sé, ¿y sabes? Lo comprendo y lo comparto. Pero cuánto daño nos hace gritar nuestras desgracias a los cuatro vientos, y cuánto daño nos hace repetírnoslas a nosotros mismos. ¿Sabes? Creo… creo que ese es gran parte del problema, que nos concentramos en lo malo, que nos obsesionamos con “salir del agujero”, incluso los que rezamos lo hacemos para que Dios nos saque del hoyo. A mí me pasa, que lo que hago es literalmente hacerle una lista de cómo tiene que hacerme, de qué tiene que quitarme y qué tiene que darme; le doy las instrucciones para que me vuelva a crear, porque parece ser que Él me hizo mal en un principio.
Creo que esa dinámica en la que sólo nos centramos en lo negativo nos reduce a eso, a lo negativo, y nos olvidamos de todo lo demás. Es una especie de retroalimentación del pesimismo. Pero resulta que en la realidad hay muchas más cosas buenas que malas, si pudiéramos ver la realidad con los ojos de Dios, aunque sólo fuera por un instante, lloraríamos como nunca lo hemos hecho en nuestra vida, y no de pena, sino de pura felicidad; si pudiéramos vernos a nosotros mismos como nos ve Dios, entenderíamos por qué existimos. Pero aunque nosotros no podamos poner nuestra visión en “modo Dios” para ver igual que ve Él, sí existe una cosa que es el “efecto gracias”.
Todos tenemos algo por lo que dar gracias a Dios, y el simple hecho de buscar un acontecimiento concreto o una persona en nuestra vida y dar gracias de corazón por ello hace que suceda como con las hormigas, que al principio no ves ninguna, pero cuando consigues localizar una aparecen centenares de ellas por todos lados, y te puedes estar un rato largo dando gracias a Dios. Pero el “efecto gracias” no se queda en eso, no significa simplemente que encuentres muchas cosas que agradecer a Dios, sino que a cada “gracias” te va gustando más decir “gracias” y buscas un nuevo motivo por el que agradecer, y así descubres que toda tu vida, entera enterita, es un motivo para dar gracias.
¿Sabes? Creo que el “efecto gracias” se asemeja un poco al “modo Dios”.
Creo que esa dinámica en la que sólo nos centramos en lo negativo nos reduce a eso, a lo negativo, y nos olvidamos de todo lo demás. Es una especie de retroalimentación del pesimismo. Pero resulta que en la realidad hay muchas más cosas buenas que malas, si pudiéramos ver la realidad con los ojos de Dios, aunque sólo fuera por un instante, lloraríamos como nunca lo hemos hecho en nuestra vida, y no de pena, sino de pura felicidad; si pudiéramos vernos a nosotros mismos como nos ve Dios, entenderíamos por qué existimos. Pero aunque nosotros no podamos poner nuestra visión en “modo Dios” para ver igual que ve Él, sí existe una cosa que es el “efecto gracias”.
Todos tenemos algo por lo que dar gracias a Dios, y el simple hecho de buscar un acontecimiento concreto o una persona en nuestra vida y dar gracias de corazón por ello hace que suceda como con las hormigas, que al principio no ves ninguna, pero cuando consigues localizar una aparecen centenares de ellas por todos lados, y te puedes estar un rato largo dando gracias a Dios. Pero el “efecto gracias” no se queda en eso, no significa simplemente que encuentres muchas cosas que agradecer a Dios, sino que a cada “gracias” te va gustando más decir “gracias” y buscas un nuevo motivo por el que agradecer, y así descubres que toda tu vida, entera enterita, es un motivo para dar gracias.
¿Sabes? Creo que el “efecto gracias” se asemeja un poco al “modo Dios”.
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