Si me preguntárais por una persona a la que me gustaría conocer por encima de cualquier otra, sin contar a Dios ni la Sagrada Familia, claro está, creo que no dudaría en contestar que sería San Agustín. Hoy celebramos su memoria en el calendario litúrgico, justo un día después de celebrar Santa Mónica, su madre. Personalmente le descubrí hace un par de años, aunque ya había oído algunas frases suyas que me habían encantado. Fue leyendo unos textos que me mandaron para una clase de la universidad; lo que me impresionó de aquellos textos fueron las preguntas que se hacía, y no por ser las típicas preguntas metafísicas y abstractas de cualquier filósofo, sino por ser precisamente sencillas, preguntas que se podría hacer cualquier cristiano, pero que muchos no nos atrevemos a hacerlas por miedo a la respuesta, por miedo a que la razón nos lleve a conclusiones contrarias a lo que creemos. S. Agustín no tenía miedo alguno precisamente por la sobreabundancia de fe. Por un lado Dios es La Verdad y por otro la razón bien utilizada nos lleva a la verdad, conclusión: no hay conflicto alguno entre la fe y la razón, no hay que tener miedo a pensar las cosas porque si Dios existe, él es el inventor de la razón.
Esa "valentía filosófica" fundada en la fe y esperanza cristianas es lo que me hechizó. La verdad es que ni me acuerdo de qué preguntas eran ni de la solución que dio, pero eso es lo que menos importa. No mucho tiempo después me aventuré a leer sus confesiones, un libro que recomiendo a todos, y de él copio este fragmento que tanto me fascinó cuando lo leí, en parte por lo identificado que me sentí en el momento de leerlo:
"Ni mis deseos eran ya de cosas materiales ni las buscaba a la luz de este sol con mis ojos de carne, porque los que quieren gozar de las cosas de fuera se quedan vacíos en seguida, y se pierden entre las cosas que miran, se hacen como ellas caducos y viejos, y van con su hambriento espíritu lamiendo sus falsas imágenes del bien. ¡Si desfallecieran de hambre y dijeran "Quién nos mostrará las cosas buenas?" Nosotros les diríamos y ellos nos oirían "¡Ha sido impresa sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor!" Porque no somos nosotros la luz que ilumina a todo hombre, sino que somos iluminados por Dios, para que los que fuimos en otro tiempo tinieblas seamos ahora luz en Dios.
¡Si ellos viesen aquella luz interior eterna que yo vi! Y porque la había visto, gritaba por no poder mostrársela. Si puediera ver su corazón y me dijeran "¿Quién nos hará conocer las cosas buenas?" Porque era allí mismo donde yo me había airado interiormente, en mi corazón, donde yo había sentido el dolor y había sacrificado, dándole muerte, mi hombre viejo, donde, iniciando el nacimiento de mi hombre nuevo, confiaba ya en Dios, allí era donde Dios me había empezado a ser dulce y a alegrar mi corazón.
Y gritaba al leer estas cosas (se refiere a unos salmos), y las hacía mías; y no quería ya dispersarme entre las riquezas de la tierra, devorando cosas de tiempo para no ser luego devorado por el tiempo, porque ya tenía en mí, en la eterna Simplicidad, otro trigo, otro vino y otro aceite con que alimentarme".
(Las Confesiones. San Agustín, Cuadernos palabra 19ª edición, Madrid 2007. pp. 217-218)
Autor cojonudo, sí, sin duda alguna. Yo las confesiones no he logrado leerlas, da muchas vueltas (tú ya sabes que no soy muy fande los filósofos que hacen eso), pero en cambio me encantan sus sermones: limpios clraos, auténticos estiletes directos al corazón. Feliz día de san Agustín.
ResponderEliminarHola Chema: Te propongo esta iniciativa que me ha llegado: http://carrerahaciacristo.blogspot.com.es/2012/09/pasando-el-testigo.html
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