
Habla De Gaulle:
"—Vine para hacerle una pregunta y nos hemos desviado. Guitton, ¿y el mal?
—Es la prueba más fuerte de la existencia de Dios.
—Paradoja. Sea. Explique.
—Un día, Leibniz se prendó de una viuda guapa, joven, rica. La pidió en matrimonio. La dama le pidió tiempo para reflexionar. Eso permitió reflexionar también a Leibniz y no se casó con ella. Pero, a veces, la echaba de menos, soltaba una lágrima. Tres años después, se la volvió a encontrar, ya casada; charló con el marido, comprendió. Se libró de una buena. Ya no lloró más.
— ¿Moraleja?
—Es la prueba más fuerte de la existencia de Dios.
—Paradoja. Sea. Explique.
—Un día, Leibniz se prendó de una viuda guapa, joven, rica. La pidió en matrimonio. La dama le pidió tiempo para reflexionar. Eso permitió reflexionar también a Leibniz y no se casó con ella. Pero, a veces, la echaba de menos, soltaba una lágrima. Tres años después, se la volvió a encontrar, ya casada; charló con el marido, comprendió. Se libró de una buena. Ya no lloró más.
— ¿Moraleja?

— ¿El mal no existe? ¿Ha leído usted Cándido?
— ¿Qué quiere que le diga? Espere el final de la historia. Todo está en función del más allá.
—El problema, Guitton, es que la gente no quiere creer en Dios a causa del mal; y que no creen en el más allá porque a causa del mal no creen en Dios.
—Es razonar como un tambor.
—Yo no digo que razonen bien. Le digo cómo razonan.
—Por una vez, mi general, es usted el intelectual. Sea práctico. Pensamos en el mal cuando estamos mal. Luego el problema del mal se plantea siempre mal. Para ser racional, hay que tornar distancias. Pero cuando uno puede tomarlas, todo va bien y ya no pensamos en el mal. De ahí que, en la práctica, o pensamos mal en el mal, o no pensamos nada en él.
—Buen argumento. ¿Qué hacer?
—No pensar en ello cuando estamos mal y pensar en ello cuando no estamos mal.
—Lógico. ¿Lo que nos permite esperar el final de la historia?
—Exactamente.
—Pero entonces no pensamos, esperamos.
—Nada de eso. Pensamos mientras esperamos. El problema del mal debe plantearse con el del destino. No por separado.
—Dice usted eso porque es católico, no piensa usted de manera autónoma.
— ¡Mi general, usted también no! Usted sabe bien que soy católico porque soy librepensador.
—Le estaba pinchando. Continúe.
—Entonces, una de dos. O es el más allá o es la nada.
—De acuerdo.
—Y si es la nada para el hombre, de nuevo una de dos sobre Dios. O hay un dios, o no lo hay.
—Le sigo. Y le adelanto. Si es el más allá para el hombre, entonces de nuevo una de dos sobre Dios. O existe o no existe. En resumidas cuentas, cuatro combinaciones posibles. Dios y el más allá, Dios sin el más allá, el más allá sin Dios, ni Dios ni el más allá. Hacen realmente cuatro."
0 comentarios:
Publicar un comentario