Descubro, cada vez más a menudo, que en lo profundo del corazón humano hay un deseo insaciable, un deseo de infinito. ¿Cómo podría, si no, enfrentarse a la vida? ¿A caso le basta permanecer sentado en el sofá del salón mientras el ventilador da vueltas sin cesar? No, no le basta. Desde lo mas profundo de sí, anhela el mundo exterior, anhela esa realidad que está tras la ventana, quiere tocar con sus manos los colores del universo. Por eso se levanta, mañana tras mañana, buscando el Sol, sediento de vida, de mundo, de algo...
Pero ¿Por qué se pierde entre estos bosques y praderas? Se adentra en ellos creyendo haber encontrado el jardin del Edén. Viéndose bajo las frondosas copas de los árboles, da un paso bajo la sombra y otro bajo la luz dorada del dia, se emborracha de mundo sin darse cuenta de que su alma anhela un horizonte que está más allá. Tiene un deseo que ni las montañas ni los mares pueden saciar, porque el vacío que tiene dentro no es un vacío de este mundo. Porque al hombre le falta Dios, y sólo Dios puede llenarlo.
Pero ¿Por qué se pierde entre estos bosques y praderas? Se adentra en ellos creyendo haber encontrado el jardin del Edén. Viéndose bajo las frondosas copas de los árboles, da un paso bajo la sombra y otro bajo la luz dorada del dia, se emborracha de mundo sin darse cuenta de que su alma anhela un horizonte que está más allá. Tiene un deseo que ni las montañas ni los mares pueden saciar, porque el vacío que tiene dentro no es un vacío de este mundo. Porque al hombre le falta Dios, y sólo Dios puede llenarlo.