No siempre se puede escribir desde el corazón. De hecho, lo más normal cuando alguien tenga que escribir una tesis, es que tenga que forzarse muchas veces a escribir sin que le apetezca lo más mínimo. No creo que esto sea negativo, al menos no del todo. En un principio lo idóneo me parece que todo lo que digamos, y por tanto todo lo que escribamos, nos salga directamente del corazón, pero no sé si existe persona sobre la tierra que pueda aguantar ese ritmo. Sobre todo si su vida profesional depende precisamente de las palabras.
A lo largo de la vida y de los caminos que cada uno recorre, vamos aprendiendo sobre los temas que nos interesan, aunque sólo sea porque pensamos sobre ellos; y lo perfecto sería dar un paso más y leer o escuchar a otras personas que hayan pensado sobre los mismos temas. Pero, en cualquier caso, vamos razonando sobre una serie de temas que nos interesan, y son esos temas sobre los que deberemos tratar en una tesis doctoral. Si nos interesan, entonces muchas veces podremos hablar de ellos desde el corazón, y sin duda nos saldrán palabras más apasionadas y capaces de atraer la atención de los oyentes. Pero no siempre será así, y es entonces cuando toca jugar ese as que guardamos en la manga, o mejor dicho, que guardamos en la mente. Todas esas divagaciones sobre un tema concreto cuando vas andando por la calle, o cuando estás en clase pero sencillamente no te apetece escuchar al profesor, o quizás durante esas dos o tres horas que has estado delante de un libro de Historia de la filosofía pero sin hacerle el más mínimo caso, todo ese tiempo no es tiempo perdido si lo has dedicado al razonamiento, has entrenado tu razón.
¿Por qué es bueno pensar? Y me refiero a pensar tú contigo mismo sin nadie que te moleste. Porque el corazón es capaz de correr muy rápido e incluso en buena dirección, pero creo que, si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de que no siempre se caracteriza por la prudencia. Creo de verdad que es nuestro corazón el que, al final, es el que nos lleva a alcanzar las metas verdaderamente importantes, esas cimas que merecen la pena. Pero no podemos llegar a ellas sin aprender a dejarse guiar por la razón, si no frenamos nuestro corazón en determinadas ocasiones. Quien ha hablado conmigo sobre estos temas sabe muy bien que estoy convencido de que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”, pero cuántas veces es más sabia la razón…
A lo largo de la vida y de los caminos que cada uno recorre, vamos aprendiendo sobre los temas que nos interesan, aunque sólo sea porque pensamos sobre ellos; y lo perfecto sería dar un paso más y leer o escuchar a otras personas que hayan pensado sobre los mismos temas. Pero, en cualquier caso, vamos razonando sobre una serie de temas que nos interesan, y son esos temas sobre los que deberemos tratar en una tesis doctoral. Si nos interesan, entonces muchas veces podremos hablar de ellos desde el corazón, y sin duda nos saldrán palabras más apasionadas y capaces de atraer la atención de los oyentes. Pero no siempre será así, y es entonces cuando toca jugar ese as que guardamos en la manga, o mejor dicho, que guardamos en la mente. Todas esas divagaciones sobre un tema concreto cuando vas andando por la calle, o cuando estás en clase pero sencillamente no te apetece escuchar al profesor, o quizás durante esas dos o tres horas que has estado delante de un libro de Historia de la filosofía pero sin hacerle el más mínimo caso, todo ese tiempo no es tiempo perdido si lo has dedicado al razonamiento, has entrenado tu razón.
¿Por qué es bueno pensar? Y me refiero a pensar tú contigo mismo sin nadie que te moleste. Porque el corazón es capaz de correr muy rápido e incluso en buena dirección, pero creo que, si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de que no siempre se caracteriza por la prudencia. Creo de verdad que es nuestro corazón el que, al final, es el que nos lleva a alcanzar las metas verdaderamente importantes, esas cimas que merecen la pena. Pero no podemos llegar a ellas sin aprender a dejarse guiar por la razón, si no frenamos nuestro corazón en determinadas ocasiones. Quien ha hablado conmigo sobre estos temas sabe muy bien que estoy convencido de que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”, pero cuántas veces es más sabia la razón…
Para subir un monte de 2000 metros no hace falta tener pasión por el monte, cualquiera con un mínimo de forma física puede hacerlo. Pero un 8000… eso es otra cosa, hace falta, por encima de todo, pasión. Sí, es cierto, hace falta forma física, pero como diría cualquier filósofo, se trata de una condición sine qua non. Quien te hace llegar a la cima es el corazón.
Por lo mismo, creo que, si hay una parte en nosotros que nos lleva a terminar una tesis, esa es el corazón, pero siempre apoyada sobre la base de la razón. ¿Puede faltar alguna? No, quita una de ellas, y despídete de tu tesis, o en el caso de ser escalador, despídete de la cima a 8000 metros de altura. Jaime Nubiola usa una metáfora que nos puede ilustrar; aunque no la usa en este mismo sentido, todo tiene algo que ver: “El caballo de carreras necesita de riendas y estribos que, aunque parezcan limitar su creatividad, hacen posible que gane la carrera”[1]. La razón son las riendas del corazón.
A lo largo de los años que te estás dedicando a la escritura de la tesis, da mucho tiempo a tener “prontos” de todo tipo y gusto, el tema de la tesis será, de repente, el más aburrido de los temas que podías haber escogido, de hecho, la filosofía será la carrera más aburrida que podrías haber escogido, pueden aparecer pensamientos del estilo de: “tenía que haber hecho ingeniería y estar trabajando ya en inteligencia artificial”. Pero es un engaño, si usamos la razón nos daremos cuenta de que tenemos más razones para seguir y continuar con la tesis sobre lógica de primer orden.
Sin duda esto no solo se puede aplicar a la tesis doctoral o al Everest, me parece una norma de vida, me parece que así debe comportarse el ser humano en todos los ámbitos de su vida. Así fuimos creados, desde el corazón y desde la razón, y así, creo yo, debemos comportarnos.
Por lo mismo, creo que, si hay una parte en nosotros que nos lleva a terminar una tesis, esa es el corazón, pero siempre apoyada sobre la base de la razón. ¿Puede faltar alguna? No, quita una de ellas, y despídete de tu tesis, o en el caso de ser escalador, despídete de la cima a 8000 metros de altura. Jaime Nubiola usa una metáfora que nos puede ilustrar; aunque no la usa en este mismo sentido, todo tiene algo que ver: “El caballo de carreras necesita de riendas y estribos que, aunque parezcan limitar su creatividad, hacen posible que gane la carrera”[1]. La razón son las riendas del corazón.
A lo largo de los años que te estás dedicando a la escritura de la tesis, da mucho tiempo a tener “prontos” de todo tipo y gusto, el tema de la tesis será, de repente, el más aburrido de los temas que podías haber escogido, de hecho, la filosofía será la carrera más aburrida que podrías haber escogido, pueden aparecer pensamientos del estilo de: “tenía que haber hecho ingeniería y estar trabajando ya en inteligencia artificial”. Pero es un engaño, si usamos la razón nos daremos cuenta de que tenemos más razones para seguir y continuar con la tesis sobre lógica de primer orden.
Sin duda esto no solo se puede aplicar a la tesis doctoral o al Everest, me parece una norma de vida, me parece que así debe comportarse el ser humano en todos los ámbitos de su vida. Así fuimos creados, desde el corazón y desde la razón, y así, creo yo, debemos comportarnos.
Muy buena reflexión, tienes talento!
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